Hace unos días Juan Jose Cernusco, miembro del equipo de Pastoral Carcelaria del Obispado de San Isidro, me propuso dar una charla para los internos de la Unidad Penitenciaria 48, en el marco de los talleres de formación ciudadana que llevan a cabo desde esta organización.
Estos talleres tienen como objetivo brindarle herramientas a los privados de la libertad para reflexionar sobre su presente y dejarles herramientas para el día que recuperen la libertad, según me conto luego Jorge García Cuerva quién lleva a cabo una labor enorme en pos de lograr el acceso a derechos para los privados de la libertad.
La propuesta me sedujo rápidamente, hace muchos años que estamos en contacto con el mundo carcelario; familias que se desgranan para poder ayudar a sus hijos detenidos, pibes que cumplen condenas de seis u ocho años por robos menores, abogados que les prometen sacarlos para navidad y piden sumas de dinero que solo se consiguen generando un nuevo delito, etc.
Además, la invitación se hacía en mi caracter de Concejal. Al parecer él desafío de estos talleres es contactar representantes del pueblo con las necesidades de una población que conoce como nadie la vulneración de sus derechos, mientras vamos naturalizandolo día a día frente a la dimensión de la inseguridad.
La llegada al penal no fue del todo bien recibida por el Servicio Penitenciario que hizo todo lo que estuvo a su alcance para que no puedan participar los internos que se habían anotado en la charla, demoras, etc.
Cuando finalmente comenzamos fue una experiencia imperdible, un intercambio con una población básicamente jóven, escèptica y experta en derecho por oficio, pero sobretodo un colectivo sin capacidad de reconocerse como ciudadanos.
Saben perfectamente como pedir la morigeración de la pena, pero desconocen los instrumentos institucionales para ser oídos. No se pueden imaginar peticionando en su condición de ciudadanos frente a las autoridades del estado en cualquiera de sus formas.
Luego vinieron el recuento por los amigos en común, los mensajes para la familia que en muchos casos conocemos y el compromiso de no dejar la lucha para que a la tumba también lleguen los derechos humanos.
Compartiendo los temores sobre su futuro pude corroborar la intuición profunda de la falta de un relato político que emocione. En eso estamos, asumimos un nuevo desafío y nada nos detiene.
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